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Luis Velázquez recuerda ir a la escuela deprisa y tapándose la nariz para evitar el olor a basura. “Cruzaba las calles corriendo mientras pasaban camiones constantemente”, dijo el mexicano residente en Bushwick, norte de Brooklyn, desde los cinco años. Hoy tiene 21 y el olor y el tráfico pesado persiste porque uno de los mayores centros de transferencias de desechos comerciales de la ciudad está en su vecindario desde hace 25 años.

“Me preocuparía tener una familia aquí”, explicó al contar las emisiones de humos por el flujo constante de camiones de basura, los peligros del tráfico, el ruido, las emisiones de químicos, etc. “Ahora que soy grande me preocupan mis sobrinos”, admitió tras contar que conoce a muchos niños del barrio que sufren de asma y no sabe las consecuencias que a largo plazo pueden tener las toxinas del área en la salud de todos.

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